La salida de Egipto dio lugar a
dos ordenanzas: la fiesta de los panes sin levadura (v.3-10), y la consagración
del primogénito (v.11-16). La fiesta de
los panes sin levadura (= la fiesta de la pascua) se celebraba en el mes de
Abib (v.4), que vino a ser el primer mes del calendario judío. Duraba siete días (v.6-7). Comer pan sin levadura no era muy agradable –
sería un pan duro, difícil de comer. Ese pan representaba la dureza de la vida,
cuando eran esclavos en Egipto. ¡Qué
contraste sería la tierra prometida!
Sería una tierra placentera – donde fluía leche y miel (v.5b).
Eso nos hace pensar en el valor
del ayuno en la vida cristiana. Antes de conocer al Señor, nuestras vidas eran
vacías, y carecían de sentido. Ahora,
disfrutamos muchas bendiciones (de toda clase) de las manos del Señor. A veces nos hace bien, sacrificarnos por un
día, para así valorar todo lo que Dios nos da – no sólo en comida material,
sino en todas las áreas de la vida.
Una segunda legislación tiene que
ver con la consagración del primogénito. Todo primogénito (“aquel que abriere la matriz”, v.12), sea
de animal o de los seres humanos, tenía que ser dedicado el Señor. Eso se hacía, recordando la muerte de los
primogénitos en Egipto (v.14-15). No
está claro si se trataba de todo primogénito (cualesquiera que sea su
sexo), o sólo si el primogénito era macho.
Si era un animal ‘limpio’, tenía que ser ofrecido a Dios en sacrificio
(ver Núm 18:17). Pero si era un animal
‘inmundo’ (como el asno, v.13a), tenía que ser redimido con un animal ‘limpio’,
que podía ser sacrificado a Dios.
En el caso de las personas, los
primogénitos tenían que ser redimidos (v.13b).
Eso se efectuaba, pagando cinco siclos (monedas) de plata (ver Núm
18:16). Al inicio, cuando se formó la
nación de Israel, Dios tomó a los levitas en lugar de todos los primogénitos de
Israel (ver Núm 3:12-13 y 40-51). Luego,
la redención se efectuaba en forma normal, según la legislación establecida por
Dios.
REFLEXIÓN:
Nuestra salvación también se efectuó por medio de la muerte de un primogénito –
en este caso, ¡del primogénito Hijo de Dios!
¡Cuánto debemos valorar nuestra salvación! Con justa razón, Pablo nos exhorta a
presentarnos a Dios como un sacrificio vivo (Rom 12:1-2). Si el Primogénito de Dios murió para salvarnos,
debemos estar dispuestos a dedicar toda nuestra vida a Su servicio (Gál 2:20).
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