La incredulidad
de Faraón no se debió a la falta de evidencia del poder de Dios, sino a la
dureza de su corazón (v.13). Aunque el v.3
indica que Dios iba a endurecer el corazón de líder de Egipto, debemos notar
que Él lo hizo indirectamente, permitiendo a Satanás endurecer el corazón de Faraón.
Dado a que la
primera manifestación del poder de Dios no fue suficiente para convencer a Faraón,
Dios prepara una segunda señal (v.14-25).
Para los egipcios el río Nilo era un dios; las aguas de ese río
mantenían la economía del país. Dios se
propone convertir las aguas del río en sangre, para demostrar que ÉL es Dios, y
que toda la vida de Egipto estaba en Sus manos.
Si los egipcios no dejaban ir al pueblo de Israel, para adorar a Dios en
el desierto (v.16), entonces todos los peces del río Nilo morirían
(v.17-18). No sólo ello, sino que toda
el agua en Egipto se convertiría en sangre (v.19). ¡Sería un desastre para Egipto!
Cuando leemos
que los hechiceros hicieron lo mismo (v.22a), no debemos suponer que fue en
forma masiva. Seguramente sólo
convirtieron un poco de agua (¿en un tazón?) en sangre. Pero fue suficiente pretexto para que Faraón
no creyera en el poder de Dios (v.22b-23).
En Su
misericordia, el agua convertida en sangre sólo duró siete días (v.25). Dios no quería destruir al país, sólo
incentivar al rey de Egipto a la obediencia.
REFLEXIÓN: El poder de Dios no tiene límites; Él es el Omnipotente
Dios. Nuestro anhelo debe ser
experimentar ese poder en forma benéfica (para nuestro bien) y no en forma
destructiva; pero eso depende de nuestra obediencia a Dios. Si queremos ver la mano poderosa de Dios
obrando a nuestro favor, simplemente tenemos que vivir en obediencia a Su
Palabra. Si no lo hacemos,
experimentaremos el poder de Dios en contra de nosotros, para nuestra
disciplina o castigo.
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