miércoles, 7 de noviembre de 2012

'Destrucción y Oscuridad' (Éxodo 10:1-29)



Las plagas de Egipto no sólo sirvieron para presionar a Faraón, y manifestar a todo el mundo la grandeza del poder de Dios, sino también para que los hijos de Israel se acordaran para siempre de todo lo que Dios hizo para salvarles (v.1-2). 

Al escuchar que la octava plaga iba a ser una invasión de langostas (v.4-6), los siervos de Faraón animaron al rey de Egipto a soltar al pueblo de Israel (v.7).  Cuán impactante es la pregunta que le hicieron, “¿Acaso no sabes todavía que Egipto está ya destruido?” (v.7b). ¡El pecado ciega al pecador, en tal manera que éste no se da cuenta de los estragos que el pecado hace en su vida!
Ante el cambio de actitud de sus siervos, Faraón parece ceder (v.8a).  Pero, cuando escucha que todo el pueblo de Israel tiene que ir (v.8b-10), él se molesta, y sólo da permiso a los varones, para ir y adorar a Dios (v.11). 

Esta falta de obediencia total trajo la plaga de langostas sobre la nación (v.12-15a).  El resultado fue devastador (v.15).  Aparentemente quebrantado, Faraón manda llamar a Moisés, y confiesa su pecado (v.16); pero al final, se vuelve a endurecer otra vez (v.20).

Sin mayor aviso (aparentemente), Dios manda la novena plaga – “densas tinieblas sobre toda la tierra de Egipto, por tres días” (v.22).  La oscuridad fue tan impenetrable, que toda actividad en Egipto cesó (v.23).  Las tinieblas simbolizan y reflejan la condición espiritual de Egipto.  Faraón cede un poco más; pero, cuando se entera que los hijos de Israel iban a llevar el ganado también, volvió a endurecer su corazón (v.26-27).   

El asunto está llegando a su punto final.  Faraón echa a Moisés de su presencia, y lo amenaza de muerte (v.28).  Moisés lo toma con tranquilidad (v.29). Ya sabe que Dios va a vencer.  Las plagas han servido para entrenar a Moisés también, y a terminar su preparación para liderar al pueblo de Israel.

REFLEXIÓN: Si no obedecemos la palabra de Dios, tarde que temprano terminaremos andando en las tinieblas.  Por consiguiente, si no queremos vivir en las tinieblas, hagamos caso a la Palabra de Dios.

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