Las plagas de Egipto no sólo
sirvieron para presionar a Faraón, y manifestar a todo el mundo la grandeza del
poder de Dios, sino también para que los hijos de Israel se acordaran para
siempre de todo lo que Dios hizo para salvarles (v.1-2).
Al escuchar que la octava plaga
iba a ser una invasión de langostas (v.4-6), los siervos de Faraón animaron al
rey de Egipto a soltar al pueblo de Israel (v.7). Cuán impactante es la pregunta que le
hicieron, “¿Acaso no sabes todavía que
Egipto está ya destruido?” (v.7b). ¡El pecado ciega al pecador, en tal
manera que éste no se da cuenta de los estragos que el pecado hace en su vida!
Ante el cambio de actitud de sus
siervos, Faraón parece ceder (v.8a).
Pero, cuando escucha que todo el pueblo de Israel tiene que ir
(v.8b-10), él se molesta, y sólo da permiso a los varones, para ir y adorar a
Dios (v.11).
Esta falta de obediencia total
trajo la plaga de langostas sobre la nación (v.12-15a). El resultado fue devastador (v.15). Aparentemente quebrantado, Faraón manda
llamar a Moisés, y confiesa su pecado (v.16); pero al final, se vuelve a
endurecer otra vez (v.20).
Sin mayor aviso (aparentemente),
Dios manda la novena plaga – “densas
tinieblas sobre toda la tierra de Egipto, por tres días” (v.22). La oscuridad fue tan impenetrable, que toda
actividad en Egipto cesó (v.23). Las
tinieblas simbolizan y reflejan la condición espiritual de Egipto. Faraón cede un poco más; pero, cuando se
entera que los hijos de Israel iban a llevar el ganado también, volvió a
endurecer su corazón (v.26-27).
El asunto está llegando a su
punto final. Faraón echa a Moisés de su
presencia, y lo amenaza de muerte (v.28).
Moisés lo toma con tranquilidad (v.29). Ya sabe que Dios va a
vencer. Las plagas han servido para
entrenar a Moisés también, y a terminar su preparación para liderar al pueblo
de Israel.
REFLEXIÓN:
Si no obedecemos la palabra de Dios, tarde que temprano terminaremos andando en
las tinieblas. Por consiguiente, si no
queremos vivir en las tinieblas, hagamos caso a la Palabra de Dios.
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