En estos versos, el profeta manifiesta una actitud mucho más positiva. Deja atrás sus quejas contra Dios (v.1-18), y
comienza a hablar de la misericordia de Dios.
¿Por qué? ¿Qué es lo que ha hecho
la diferencia? Simplemente se ha puesto
a ‘recapacitar’ (v.21); a meditar en lo que Dios estaba haciendo en medio de la
destrucción de Jerusalén. Esto nos
enseña una lección muy importante.
Cuando nos encontramos en circunstancias adversas, y damos rienda suelta
a nuestras emociones, probablemente nos hundiremos en la depresión
espiritual. Pero si nos ponemos a
meditar en por qué Dios ha permitido esas circunstancias adversas, enfocaremos
sobre la soberanía de Dios, y Sus buenos propósitos para con Sus hijos. Eso nos animará enormemente.
La palabra en hebreo, traducida “misericordia”,
en la primera parte del v.22, es ‘jesed’. Esa palabra significa ‘fidelidad’ o ‘el amor
fiel’ (ver el v.23b, “grande es tu
fidelidad”). Aunque Dios permitió
que los babilonios arrasaran con la ciudad de Jerusalén, no todos los
habitantes murieron. En realidad, muchos
judíos sobrevivieron. ‘Eso se debe’,
dice Jeremías, ‘a la fidelidad de Dios’.
Aunque Su pueblo le fue infiel, Dios permaneció fiel a ellos (2 Tim
2:13).
En los v.25-33, tenemos una serie de instrucciones acerca de cómo
reaccionar cuando estamos bajo la disciplina de Dios. Primero, debemos ‘esperar’ en Dios
(v.25). Eso no significa simplemente
esperar que pase el tiempo hasta que Dios haga algo, sino estar en Su
presencia; meditar en Él y en Sus propósitos.
Luego, habiendo meditado sobre los propósitos de Dios, debemos tener
paciencia, y esperar que Dios haga algo (v.26; el verbo en hebreo aquí es
diferente). En tercer lugar, debemos
aprender a soportar lo que Dios nos manda (v.27-30). Las circunstancias adversas son como un “yugo”, que va formando nuestro carácter
(v.27). Finalmente, debemos entender que
Dios no nos dejará en la prueba, sino que cumplirá Sus propósitos (v.31-33). Él
no entristece a los creyentes sin tener una buena razón (v.33).
‘Hay ciertas cosas que el Señor no aprueba’, dice Jeremías; esas incluyen
opresión, malicia e injusticia (v.34-36).
Obviamente, si Él no las aprueba, tampoco las cometerá. Por lo tanto, lo que pasó en Jerusalén no fue
ninguna de esas tres cosas. Por eso, ningún judío tenía el derecho de lamentarse por la destrucción de
Jerusalén (v.39a). Más bien, lo que
debían hacer era lamentarse por su pecado (v.39b); porque fue su pecado que
provocó la disciplina de Dios.
Pero lamentarse por sus pecados no sería suficiente. Tendrían que hacer ciertas cosas específicas,
que Jeremías menciona en los v.40-41.
Evaluar bien su forma de vida (v.40a); buscar a Dios de todo corazón, y
volver a Él (v.40b); levantar sus voces al cielo, clamando a Dios por Su perdón
(v.41).
En medio de la desolación que sentía, por la destrucción de Jerusalén,
Jeremías reafirmó dos cosas fundamentales.
Jehová era su “porción” (v.24;
ver Sal 16:5; 73:26); y, Dios es bueno “a
los que en él esperan” (v.25; ver Is 30:18). Sin embargo, lo importante era “esperar en silencio” (v.26). No un ‘silencio’ absoluto, sino un ‘silencio’
de fe; callando y rehusando criticar a Dios por lo que estaba pasando.
REFLEXIÓN: Si estamos
pasando por momentos difíciles, ¿estamos reflexionando sobre el carácter de
Dios, procurando entender Sus propósitos en nuestras vidas? Pidamos a Dios la gracia para ‘esperar’ en
Él, y no dejarnos hundir en la tristeza y el desaliento espiritual.
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