El libro de Éxodo comienza con la
llegada a Egipto de toda la familia de Jacob (v.1-5); ver Gén 46:1-27. Este incidente marcó una nueva etapa en la
historia de Israel. Aunque el salvador humano (José) había muerto (v.6), Dios
seguía con Su pueblo. Evidencia de ello
fue el crecimiento numérico de los descendientes de Jacob (v.7). Notemos los verbos que Moisés usa en el v.7;
es parecido al lenguaje de Génesis 1:28.
Dios estaba haciendo una nueva creación.
El crecimiento numérico de los hijos
de Israel fue el cumplimiento de la promesa de Dios a Abraham y a sus
descendientes (Gén 12:1-3).
Lamentablemente, esa bendición divina provocó la hostilidad del ‘mundo’,
representado por Faraón (v.8-11).
Aunque los líderes de Egipto
pretendieron ser “sabios” (v.10), en
realidad fueron necios (Rom 1:22), porque “cuanto
más los oprimían, tanto más se multiplicaban y crecían…” (v.12). ¡Es necio
luchar contra los propósitos de Dios! En vez de reconocer su necedad
espiritual, los egipcios intensificaron la persecución (v.13-16), amargando la
vida de los hijos de Israel. Ante la
barbarie de Faraón, quien ordenó la muerte de todo bebé varón (v.16), brilla el
testimonio de las parteras judías (v.17).
Ellas arriesgaron la ira de Faraón, pero recibieron la bendición de Dios
(v.20-21).
Ante la ineficacia de sus
estrategias, Faraón se volvió aún más violento e irracional (v.22). Su orden fue irracional, porque de haber sido
acatada, habría dado lugar a la muerte de los mejores trabajadores (todos los
varones), y la destrucción de la nación entera que los servía. Eso nos muestra como el odio y el temor ciega
la mente humana, y lleva a la irracionalidad.
REFLEXIÓN: El v.21 establece un principio importante. Cuando tenemos una gran reverencia por Dios, y
procuramos agradarle, Él se encarga de bendecirnos. Es un ejemplo más de Mat 6:33.
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