Jeremías terminó la sección anterior, exhortando al pueblo a evaluar bien
sus vidas, y a volver a Dios en arrepentimiento (v.40-41). Lo triste es que el pueblo de Dios le había
sido infiel (v.42a), y Él ahora no estaba dispuesto a perdonar sus pecados
(v.42b). Al usar la frase, “tú no perdonaste”, lo que Jeremías
quiere decir es que Dios no había cancelado la orden de castigar a Jerusalén
(v.43a). Al parecer, Dios no había
escuchado la oración de Su pueblo (v.44). Y por eso, ellos seguían sufriendo terriblemente
(v.45-47). Ante esa realidad, el profeta expresa su profundo dolor, “por el quebrantamiento de la hija de mi
pueblo” (v.48b). Lloraba tanto, que
sus ojos eran como “Ríos de aguas”
(v.48a). No cesaba de llorar (v.49a),
porque Dios no cesaba de castigar (v.49b-50).
El problema para Jeremías no era sólo el sufrimiento de Jerusalén, sino su
propio sufrimiento, a manos de sus enemigos – los mismos judíos (v.52-54 y 61-63). Ellos persiguieron a Jeremías, porque él
denunciaba sus pecados, y predecía el juicio sobre Judá. La persecución fue totalmente injusta (“sin haber por qué”, v.52b). Jeremías fue
echado en la cisterna (v.53), como leemos en Jer 37:15-16 y 38:6-10. Aunque habría que notar que las palabras, “Aguas cubrieron mi cabeza” (v.54), son
una expresión poética (Jer 38:6); no eran ‘aguas’ literales, sino ‘aguas’ de
dolor y sufrimiento. Quizá Jeremías
tenía en mente Sal 69:1-2 o 124:3-5.
En medio de ese sufrimiento, Jeremías clamó a Dios (v.55), y Dios escuchó
su oración (v.56). El mensaje de Dios a
Su siervo fue muy sencillo: “No temas”
(v.57b). La intervención de Dios animó
mucho al profeta. Él vio el sufrimiento
de Jeremías, ‘abogó’ su causa, lo defendió, y redimió su vida (v.58-59). La presencia de Dios, en medio del dolor, fue
un gran alivio para Jeremías (v.57a). Dios
sabía perfectamente bien lo que los enemigos de Jeremías estaban pensando
(v.60), planeando (v.61), y hablando (v.62).
Él era el tema de su “canción”
(v.63b) – ‘canciones’ de burla y menosprecio.
Ante tanto odio, y animado por la intervención de Dios, Jeremías da rienda
suelta a sus sentimientos, y pide a Dios que castigue a sus enemigos
(v.64-66). El lenguaje del profeta es
fuerte (v.65-66):
“Entrégales al
endurecimiento de corazón; tu maldición caiga sobre ellos.
Persíguelos en tu furor, y
quebrántalos de debajo de los cielos, oh Jehová”
Apreciamos la honestidad de Jeremías, pero nos preguntamos si estuvo bien
decir eso ¿No debió haber pedido a Dios
que perdonara a sus enemigos? Es
interesante notar que tenemos el mismo sentimiento en Jer 11:20. En ese caso, sus enemigos le estaban prohibiendo
profetizar (Jer 11:21), y Dios pronunció juicio contra ellos (Jer
11:22-23). Podría ser que lo que
Jeremías dijo en Jer 11:20 fue provocado por la rebeldía del pueblo contra
Dios, a quien Jeremías representaba (como profeta). Ante la decisión de Dios de castigar ese
pecado, Jeremías simplemente dio su, ‘AMÉN’. El verso aquí, en Lamentaciones, es un eco de
ese sentimiento.
REFLEXIÓN: Es
importante notar el contraste entre el sufrimiento de Jerusalén y el
sufrimiento de Jeremías. Dios no
defendió a Jerusalén, porque ellos eran culpables de pecado; pero sí defendió a
Jeremías, porque él era inocente. Si
queremos experimentar la protección de Dios, debemos vivir como Jeremías (en
obediencia a Dios), y no como Jerusalén.
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