domingo, 30 de septiembre de 2012

'Los Sufrimientos del Siervo de Dios' (Lam 3:1-21)



En los primeros dos capítulos, Jeremías describe el sufrimiento de la ciudad de Jerusalén; en este capítulo, describe su propio sufrimiento.  Jeremías, como siervo de Dios, fue llamado a predecir el juicio de Dios sobre Judá, y también a presenciarlo.  Por eso comienza el capítulo confesando, “Yo soy el hombre que ha visto aflicción bajo el látigo de su enojo” (v.1).  Sin embargo, el énfasis en este pasaje no es tanto el sufrimiento de Jerusalén, sino su propio sufrimiento como profeta.  Y el lenguaje que usa es bastante fuerte.

Lo primero que notamos es la manera en que Jeremías acusa a Dios de ser la Persona que causó su sufrimiento.  Casi todo los verbos tienen a Dios como el agente (el que hace la acción): “Me guió y me llevó en tinieblas” (v.2); “contra mi volvió y revolvió su mano” (v.3); “Hizo envejecer mi carne” (v.4); “Edificó baluartes contra mi” (v.5), etc.   Jeremías escribe así, para resaltar la soberanía de Dios en su vida.  Fue Él quien lo llamó a ser profeta; y por lo tanto, fue Él quien causó todo su dolor y angustia. 

¿Qué nos enseña esto?  Varias cosas importantes, que debemos meditar:

1.    Servir a Dios no es siempre fácil. Desde el momento que lo llamó, Dios le advirtió a Jeremías que su ministerio sería difícil (Jer 1:8, 10, 17-19).  Este pasaje lo confirma.  Jeremías se ‘envejeció’ en el ministerio (v.4), sintiendo a veces que aun Dios estaba en su contra (v.10-12).

2.    Servir a Dios a veces involucra dolor y sufrimiento.  Parte del dolor de Jeremías en el ministerio fue el hecho que Dios no contestó sus oraciones (v.8); por ejemplo, cuando pedía a Dios que concediera al pueblo la gracia de arrepentirse. 

3.    El siervo de Dios a veces sufre a manos del pueblo de Dios.  Eso queda claro por lo que leemos en el v.14.  A lo largo de su ministerio, el pueblo de Judá rechazó a Jeremías, y lo atacó en muchas maneras.

4.    El siervo de Dios no es siempre protegido del juicio de Dios que cae sobre los que hacen el mal.  Cuando el juicio de Dios cayó sobre Jerusalén, Jeremías no escapó las consecuencias de ello.  Cuando los babilonios sitiaron la ciudad, Jeremías sufrió hambre y sed, al igual que los demás habitantes.

A pesar de que Jeremías se expresa con lenguaje muy fuerte (por ejemplo, acusando a Dios de quebrar sus dientes, v.16), él no dejó de confiar en Dios.  Esto habla de la firmeza de su fe, y de su madurez espiritual.  Aunque sus emociones quedaron destrozadas (v.20), siguió confiando en Dios.  Por eso termina el pasaje orando al Señor (v.19), y apelando a su misericordia – de la cual hablará a partir del v.22.  Y al orar, afirma su fe, diciendo: “Esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré” (v.21).

REFLEXIÓN: El ministerio de Jeremías es un buen antídoto contra aquellos que describen en manera muy triunfalista el ministerio cristiano.  Es cierto que con Cristo somos más que vencedores; pero somos vencedores EN el sufrimiento.  Cristo sufrió por la Iglesia (Is 53:3-13), y los siervos de Dios comparten ese sufrimiento (Col 1:24).  Un día, recibirán la corona de la vida.

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