Con tremenda emoción, y con lujo de detalle, Jeremías describe los últimos
días de Jerusalén, antes de su conquista a manos de los babilonios. Todo se debió a un solo factor – la
manifestación de la ira de Dios.
“Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira;
Y encendió en Sion un fuego que consumió hasta
sus cimientos”
(v.11)
Todo lo que era de valor, pereció (v.1a).
Las “piedras” del templo
(v.1b) podrían ser interpretadas literalmente, porque los babilonios
destruyeron el templo; pero también podrían ser interpretadas como una
descripción poética de los sacerdotes que servían en el templo. El v.2 justificaría dicha
interpretación. Los cuerpos de los
valiosos hijos de Israel fueron destrozados, como si fuesen simples vasos de
barro.
Durante los últimos días de Jerusalén, Jeremías fue testigo del impacto de
la hambruna sobre los ciudadanos. Él
compara (desfavorablemente) las madres de Jerusalén con los animales. “Aun
los chacales dan la teta…” (v.3a), pero
“La hija de mi pueblo (= las madres
en Jerusalén) es cruel…” (v.3b). ¿En
qué sentido? En que no daba pecho a sus
hijos. No porque no quería hacerlo, sino
simplemente porque no tenía leche. Sus
pechos estaban secos, por la hambruna.
Los bebes tenían hambre y sed (v.4a), y los niños pedían pan, pero “no hubo quien se lo repartiese” (v.4b).
En un cuadro realmente horrendo y escalofriante, Jeremías declara que las
madres, en vez de alimentar a sus hijos, se alimentaban de ellos (v.10). Se supone que eso ocurrió después que los
hijos murieran de hambre o enfermedad.
Aunque la RV traduce, “mujeres
piadosas”, el adjetivo en hebreo significa ‘compasivas’ o
‘misericordiosas’. La desesperación
cambió el comportamiento de esas mujeres; y así se cumplió la Palabra de Dios (Lev
26:29; Deut 28:53-57). La apostasía
espiritual trae consecuencias nefastas para la población.
Jeremías también resalta el sufrimiento de la clase alta – los “nobles” (v.7), y los que “comían delicadamente” (v.5a). Ellos “fueron
asolados en las calles” (v.5a) y “se
abrazaron a los estercoleros” (v.5b); es decir, terminaron viviendo entre
la basura. El hambre causó un impacto
grande sobre su aspecto físico (v.8).
Por eso, Jeremías llega a una conclusión sorprendente: “Más dichosos fueron los muertos a espada que
los muertos por el hambre” (v.9a).
Mejor era una muerte rápida, que morir lentamente por la falta de comida
(v.9b).
Ahora entendemos por qué Dios exhortó al pueblo a entregarse a los
babilonios, y no pelear contra ellos (Jer 21:8-10; 38:2). Él sabía lo que iba a pasar, y quería evitar
tanto sufrimiento. Pero ellos no
quisieron escuchar, y pagaron un precio muy alto por no hacer caso a la Palabra
de Dios. ¡Cuán diferente fue la
experiencia de Daniel! Él fue un
integrante de la clase alta, pero Dios lo sacó de Jerusalén a tiempo, y le dio
una mejor vida en Babilonia (Dan 1:2-6).
REFLEXIÓN: Jeremías
reconoce, con tristeza, que el pecado de Jerusalén llegó a superar la
pecaminosidad de Sodoma (v.6a). Sodoma
fue destruida en un momento (v.6b); la destrucción de Jerusalén fue más
lenta. ¿Estamos haciendo caso a la
Palabra de Dios? Si no lo hacemos, ¿qué
podemos esperar? Más dichosos aún, que
los “muertos a espada” (v.9), son los
que meditan en la ley de Dios (Sal 1:1-3), y se arrepienten a tiempo.
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