martes, 2 de octubre de 2012

'Las Consecuencias de la Apostasía Espiritual' (Lam 4:1-11)



Con tremenda emoción, y con lujo de detalle, Jeremías describe los últimos días de Jerusalén, antes de su conquista a manos de los babilonios.  Todo se debió a un solo factor – la manifestación de la ira de Dios.

         Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira;
          Y encendió en Sion un fuego que consumió hasta sus cimientos  
                                                                                       (v.11)

Todo lo que era de valor, pereció (v.1a).  Las “piedras” del templo (v.1b) podrían ser interpretadas literalmente, porque los babilonios destruyeron el templo; pero también podrían ser interpretadas como una descripción poética de los sacerdotes que servían en el templo.  El v.2 justificaría dicha interpretación.  Los cuerpos de los valiosos hijos de Israel fueron destrozados, como si fuesen simples vasos de barro.

Durante los últimos días de Jerusalén, Jeremías fue testigo del impacto de la hambruna sobre los ciudadanos.  Él compara (desfavorablemente) las madres de Jerusalén con los animales.  Aun los chacales dan la teta…” (v.3a), peroLa hija de mi pueblo (= las madres en Jerusalén) es cruel…” (v.3b). ¿En qué sentido?  En que no daba pecho a sus hijos.  No porque no quería hacerlo, sino simplemente porque no tenía leche.  Sus pechos estaban secos, por la hambruna.  Los bebes tenían hambre y sed (v.4a), y los niños pedían pan, pero “no hubo quien se lo repartiese” (v.4b).

En un cuadro realmente horrendo y escalofriante, Jeremías declara que las madres, en vez de alimentar a sus hijos, se alimentaban de ellos (v.10).  Se supone que eso ocurrió después que los hijos murieran de hambre o enfermedad.  Aunque la RV traduce, “mujeres piadosas”, el adjetivo en hebreo significa ‘compasivas’ o ‘misericordiosas’.  La desesperación cambió el comportamiento de esas mujeres; y así se cumplió la Palabra de Dios (Lev 26:29; Deut 28:53-57).  La apostasía espiritual trae consecuencias nefastas para la población.

Jeremías también resalta el sufrimiento de la clase alta – los “nobles” (v.7), y los que “comían delicadamente” (v.5a).  Ellos “fueron asolados en las calles” (v.5a) y “se abrazaron a los estercoleros” (v.5b); es decir, terminaron viviendo entre la basura.  El hambre causó un impacto grande sobre su aspecto físico (v.8).  Por eso, Jeremías llega a una conclusión sorprendente: “Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre” (v.9a).  Mejor era una muerte rápida, que morir lentamente por la falta de comida (v.9b). 

Ahora entendemos por qué Dios exhortó al pueblo a entregarse a los babilonios, y no pelear contra ellos (Jer 21:8-10; 38:2).  Él sabía lo que iba a pasar, y quería evitar tanto sufrimiento.  Pero ellos no quisieron escuchar, y pagaron un precio muy alto por no hacer caso a la Palabra de Dios.  ¡Cuán diferente fue la experiencia de Daniel!  Él fue un integrante de la clase alta, pero Dios lo sacó de Jerusalén a tiempo, y le dio una mejor vida en Babilonia (Dan 1:2-6).

REFLEXIÓN: Jeremías reconoce, con tristeza, que el pecado de Jerusalén llegó a superar la pecaminosidad de Sodoma (v.6a).  Sodoma fue destruida en un momento (v.6b); la destrucción de Jerusalén fue más lenta.  ¿Estamos haciendo caso a la Palabra de Dios?  Si no lo hacemos, ¿qué podemos esperar?  Más dichosos aún, que los “muertos a espada” (v.9), son los que meditan en la ley de Dios (Sal 1:1-3), y se arrepienten a tiempo.

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