La carta comienza con la presentación del autor (“Pablo, apóstol de Jesucristo…”, v.1a), y
el saludo correspondiente (“a los santos
y fieles en Cristo Jesús…”, v.1b).
Notemos como el Señor Jesús ya es el centro de atención. Él domina la vida tanto de Pablo como de los
creyentes a quienes escribe. Este
énfasis continúa en lo que Pablo desea para los creyentes (“Gracia y paz…del Señor Jesucristo”,
v.2). “Gracia” es el favor inmerecido de Dios, que subyace nuestra salvación
(Efe 2:4-8); “paz” es el fruto de ese
favor divino – paz con Dios, y paz con nuestros semejantes (Efe 2:14-16).
Al iniciar esta carta, Pablo desea destacar las
bendiciones espirituales que son la propiedad de todo verdadero creyente
(v.3-14). Estas bendiciones espirituales
provienen de Dios el Padre (v.3); pero las tenemos “en Cristo” (v.3b). Separados
de Él, no sólo no podemos hacer nada (Juan 15:4), sino que no podemos tener
nada.
Pablo comienza dando gracias a Dios, y bendiciendo Su
nombre (“Bendito sea…”, v.3a). Es una expresión característica de los judíos
(2 Cor 1:3; 1 Ped 1:3; ver también Gén 14:20; 1 Crón 29:20; etc.). Dios
nos bendice en nuestras vidas; debemos bendecirle con nuestros labios. Él no es sólo “Dios” (el eterno, omnipotente, soberano), sino también “el Padre de nuestro Señor Jesucristo”
(v.3a). Al describirlo de esta manera,
Pablo no está pensando sólo en la encarnación de Cristo; está describiendo la
relación que existe, desde la eternidad, entre la Primera y la Segunda Persona
de la Trinidad. Cristo es el “Hijo unigénito” (Juan 3:16), y
tiene la gloria “del unigénito del
Padre” (Juan 1:14).
El “Dios y Padre”
del Señor Jesús nos ha bendecido “con
toda bendición espiritual en los lugares celestiales”’ (v.3b). Muchos de los creyentes del primer siglo eran
esclavos; no tenían riquezas
materiales. Sin embargo, como creyentes,
poseían grandes riquezas espirituales. Hoy
en día, muchas personas menosprecian estas bendiciones espirituales, pensando
que las riquezas materiales son de mayor valor.
Pero eso es un gran error.
Bienes materiales nos ayudan en esta vida; pero las riquezas materiales
estarán con nosotros por toda la eternidad.
¡Dios sabe darnos lo mejor!
En el v.4, Pablo comienza a detallar las bendiciones
espirituales. Empieza con las
bendiciones que provienen de Dios el Padre (v.4-5); continúa, con las
bendiciones de Dios el Hijo (v.7-11); y termina con las bendiciones de
Dios el Espíritu Santo (v.13-14).
En cada caso, concluye con una afirmación del propósito de Dios en todo
ello, que es la alabanza de Su
gloria (v.6, 12, 14b).
La primera bendición que Pablo menciona es la de la elección (v.4). Dios el Padre “nos escogió en Él (Cristo) antes
de la fundación del mundo”. Es
triste que a muchos creyentes no les guste esta doctrina. ¡Pablo la considera nada menos que una gran
bendición espiritual! ¿Por qué? Porque él sabe que nuestra salvación eterna depende
de esa elección. Es gracias a la
elección de Dios que queda “un remanente”
(Rom 11:5). Sin la elección de Dios nadie sería salvo.
REFLEXIÓN: ¿Hemos meditado en todo lo que le debemos a Dios? ¿Bendecimos a Dios por ello? Tomemos un momento ahora para hacerlo.
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