Las bendiciones espirituales que Pablo detalló en los
v.3-14 son tan tremendas que él siente la necesidad de pedirle a Dios que
conceda a los creyentes entendimiento espiritual (v.17). Antes de hacerlo, Pablo
da gracias a Dios por las evidencias de la vida espiritual de los creyentes (v.15-16). Estas evidencias son “fe en el Señor Jesús” y “amor para con todos los santos” (v.15).
La verdadera fe que salva, reconoce y valora a los demás miembros de la
familia cristiana (ver 1 Juan 2:9-11; 3:14, 17). En estas dos cosas (fe y amor) están todo lo
que Dios pide del ser humano (1 Juan 3:23).
Lo que Pablo anhela para los creyentes es que Dios les
conceda un “espíritu de sabiduría y de
revelación en el conocimiento de Él [Cristo]” (v.17). Ellos ya conocen al Señor, pero Pablo desea
que crezcan en ese conocimiento. Y para
crecer en ello no es suficiente leer la Biblia; necesitan una constante y continua
revelación espiritual, para que el conocimiento que tienen de Cristo no quede a
un nivel superficial.
En los siguientes versos, Pablo detalla TRES
peticiones específicas – áreas en las que él anhela que Dios conceda a los
creyentes mayor entendimiento espiritual.
1.
“la esperanza a que él os ha
llamado” (v.18b). La palabra en
griego, traducida ‘esperanza’, tiene el sentido de certeza, algo seguro. Esta
‘esperanza’ tiene que ver con la vida eterna (Col 1:5; Tito 3:7), y con nuestra
transformación espiritual (1 Juan 3:2-3).
El creyente debe estar seguro de esas cosas.
2.
“cuáles [son] las riquezas de
la gloria de su herencia en los
santos” (v.18b). Como hijos de Dios,
somos Sus herederos, y el Espíritu Santo es la garantía de esa herencia
(v.14). Pablo indica que nuestra
herencia no es sólo gloriosa, sino que tiene una riqueza de gloria (ver 1 Ped
1:4).
3.
“cuál [es] la supereminente
grandeza de su poder para con
nosotros los que creemos” (v.19a).
Mientras vivimos en este ‘mundo’, somos guardados por el poder de Dios
(contra los ataques de Satanás y el ‘mundo’, y las tentaciones de la ‘carne’);
y ese poder es incalculable. Por eso
Pablo no habla sólo de la grandeza de ese poder, sino de “la supereminente grandeza” del poder de Dios, que nos guarda (ver 1
Ped 1:5). ¡Qué confortante!
El poder de Dios que obra en el creyente es semejante
al poder que operó en Cristo, “resucitándole
de los muertos y sentándole a Su diestra en los lugares celestiales”
(v.20). Ese poder ya obró en el
creyente, en su salvación inicial (ver Efe 2:5-6); sigue obrando en el
creyente, en su santificación y peregrinaje por este ‘mundo’; y obrará
finalmente en la glorificación de su cuerpo mortal. Es bueno saber que nuestra salvación está en las
manos de Dios, y que Su poder la garantiza.
Nuestro Salvador ha sido exaltado sobre todo poder y
autoridad espiritual (v.21), y todas las cosas han sido sometidas bajo Sus pies
(v.22a; ver Heb 2:8 y 1 Cor 15:27). En
el ejercicio de Su poder y autoridad, Cristo es la ‘cabeza’ de la Iglesia
(v.22b). Lo sorprendente no es tanto que
la Iglesia sea el ‘cuerpo’ de Cristo (v.23a), sino que ella sea “la plenitud
de Aquel que lo llena en todo” (v.23b).
Tal es la gloria de la Iglesia.
REFLEXIÓN:
¿Entendemos estas cosas? Si nos cuesta
entenderlas, necesitamos pedirle a Dios que nos conceda un “espíritu de sabiduría y de revelación”
(v.17b) en el conocimiento de Cristo, y de todo lo que Él ha hecho por
nosotros, Sus santos.
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