viernes, 7 de diciembre de 2012

'Redimidos para Adorar' (Éxodo 30:1-38)



Ya hemos notado algunos de los elementos del mobiliario del tabernáculo: el arca del pacto, la mesa para los panes, el candelero, y el altar de bronce.  Sólo faltan dos más: el altar de incienso, y la fuente de bronce. 

El altar de incienso iba delante del velo, que separaba el Lugar Santísimo (v.6).  Era un altar pequeño; medía menos de medio metro cuadrado (v.2).  Sin embargo, era elegante (v.3).  Este altar se usaba exclusivamente para ofrecer incienso (v.7-8).  Sin embargo, una vez al año era purificado (ceremonialmente); eso ocurría el día de la expiación (v.10).   Según Apo 5:8, el incienso simboliza las oraciones de los creyentes (ver también Apo 8:3-4).  La expiación del altar de incienso señala que no podemos acercarnos a Dios en oración, sin la sangre de Cristo que nos limpia de todo pecado.

Dios le indicó a Moisés que tanto el aceite de la unción como el incienso tenían que ser confeccionados según Sus órdenes (v.22-38).  ¡Con qué insistencia Dios exigía que todo el culto se llevara a cabo bajo Su dirección!   El elemento humano queda casi excluido.  Dios extiende al pecador la invitación de acercarse a Él, pero es Él quien pone las condiciones para hacerlo, no el pecador. 

Es más, las cosas sagradas no se podían usar para otros fines (v.31-33, 37-38).  Era como si Dios hubiera sacado la patente sobre estas cosas, y ejercía derechos exclusivos sobre todo lo que tenía que ver con la adoración a Él.  ¡Qué solemne!  Entre otras cosas, esto nos enseña que el creyente tiene que mantenerse separado del ‘mundo’ (en su corazón y mente); completamente dedicado a Dios (Rom 6:13; 1 Cor 6:15; 2 Tim 2:4, 20-21). 

La redención de cada varón mayor de veinte años (v.14) representaba el hecho que toda la nación le pertenecía al Señor.  En vez de quitarles la vida, Dios les permitió redimirla.  Al pagar el mismo precio - “medio ciclo” de plata (v.13, 15), la nación entendió que la vida de cada ser humano tiene el mismo valor ante los ojos de Dios, sin importar su clase social, su nivel educativo, o su capacidad intelectual.

Finalmente, notemos la fuente de bronce que estaba delante del tabernáculo. Esta era para que los sacerdotes se lavaran, antes de ministrar (v.19, 21).  Sólo se lavaban las manos y los pies.  Como dijo Cristo, siglos después, ellos ya estaban ‘limpios’ (como personas); sólo faltaba quitarles las inmundicias que se contagian en el diario vivir (Juan 13:10).

REFLEXIÓN: Si nuestros cuerpos son “templo [tabernáculo] del Espíritu Santo”, ¿en qué condiciones está el ‘mobiliario’ espiritual?  ¿Tenemos un ‘altar de incienso’ en nuestros corazones?  ¿Nos limpiamos constantemente de todo el pecado que nos contagia?  ¿Hemos pagado el precio del rescate, por medio de la crucifixión de la ‘carne’, para vivir vidas dedicadas a Dios?

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