Este capítulo se divide en tres partes:
1. La Decisión de Dios (v.1-6). Dios ordenó a Moisés a seguir el viaje
(v.1). Prometió enviar a Su ángel
(v.2a), y darles la victoria sobre sus enemigos (v.2b). Sin embargo, declaró que no iría con ellos
(v.3). Hoy en día muchos creyentes estarían más que satisfechos con saber que
Dios les va a dar la victoria sobre sus enemigos; pero no Israel (v.4). Ellos sabían que sin la presencia de Dios,
nada tendría sentido. Por eso, la
promesa de la victoria (sin la presencia de Dios) constituyó una “mala noticia” para Israel (v.4a).
2. Moisés en el Tabernáculo (v.7-11). Aunque el v.7 habla del “tabernáculo”, debemos reconocer que el tabernáculo, propiamente
dicho, no fue erigido hasta Éx 39:32.
Por consiguiente, el ‘tabernáculo’ mencionado en este capítulo era sólo
algo provisional, simple. Sin embargo,
fue el lugar donde Moisés tenía comunión con Dios. Ya no era necesario que Moisés subiera al
monte Sinaí; Dios mismo descendía sobre el tabernáculo (v.9). ¡Qué impactante para el pueblo (v.10)! Para Moisés, fue una experiencia inaudita;
Dios hablaba con él “cara a cara, como
habla cualquiera a su compañero” (v.11).
3. La Petición de Moisés (v.12-23). Fue en ese contexto que leemos de la petición
de Moisés. Primero reclama la presencia
de Dios, y obtiene la promesa de la misma (v.12-14). Luego, pide algo insólito:
“Te ruego que me muestres tu gloria”
(v.18). Aquel hombre (Moisés) que había
visto tanto de la gloria de Dios, ¡pide más!
Eso es tener ‘hambre’ y ‘sed’ espiritual (Sal 27:4; 63:1-2). Aunque Moisés pidió más de lo que le era
posible experimentar (v.20), Dios le concedió algo de lo que pidió (v.21-23).
REFLEXIÓN: En Cristo tenemos la plena manifestación de la
gloria de Dios (Heb 1:3a; Juan 1:14).
Como creyentes, tenemos el tremendo privilegio de poder contemplar esa
gloria (2 Cor 3:18). La pregunta es,
¿deseamos contemplar Su gloria? ¿Cuánto
tiempo pasamos en Su presencia, para llegar a conocerlo más?
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