Habiendo
indicado cómo los sacerdotes deberían ser instalados en sus puestos, Dios
procedió a indicarle a Moisés cuál iba a ser su trabajo cotidiano – las
ofrendas diarias. Estas consistían de “dos corderos de un año” (v.38). Notamos otra vez que Dios no les dio la
libertad para ser creativos en su ministerio.
Los sacerdotes tenían que hacer las cosas exactamente como Dios les ordenó
hacerlas.
Los dos
corderos se ofrecían, no por el pecado, sino como holocaustos (ver Lev 1) – en
señal de agradecimiento a Dios, indicando que toda la nación de Israel estaba enteramente
consagrada a Dios, como Su pueblo especial.
Por eso se ofrecían con harina, aceite y vino (v.40-41) – los elementos
fundamentales de la vida diaria.
Aunque no hayan cometido pecado, y aunque no tuvieran
nada que pedirle al Señor, los hijos de Israel siempre tenían la
responsabilidad de adorar a Dios, y renovar sus votos de consagración a Él.
Por medio de
Moisés, Dios hizo tremendas promesas a Su pueblo.
i.
Ellos conocerían al Dios verdadero (v.46); el Dios de toda la tierra.
¡Qué tremendo privilegio para ellos!
Especialmente considerando que eran una nación de esclavos, recién escapados
de Egipto, y que no tenían ni siquiera una tierra propia.
ii.
Jehová sería su Dios, y Él viviría entre
ellos (v.45). Dios no sólo exigió la
fidelidad de Su pueblo, sino que expresó un tremendo compromiso con ellos. ¡Él no escogería a otro pueblo! Él les sería fiel.
iii.
Dios ‘santificaría’ el tabernáculo (v.44a); lo haría por medio de la manifestación de Su gloria (v.43b). Aquí, el verbo ‘santificar’ significa
‘separar (de cualquier uso profano o secular)’.
El cumplimiento de esta promesa se dio cuando la gloria de Jehová bajó
del monte Sinaí, y se posesionó del tabernáculo (Éx 40).
iv.
Sobre la base de todo
esto, Dios se manifestaría a Su pueblo
en manera permanente (v.42b-43a). Lo haría en el Lugar Santísimo, donde Dios
moraría entre los querubines; también lo haría en el corazón de las personas,
por medio del ministerio profético.
REFLEXIÓN: Como creyentes, somos personas tremendamente
bendecidas por Dios (Efe 1:3). Él se
manifiesta (¡o desea manifestarse!) diariamente en nuestras vidas. Él es fiel a nosotros, aunque le seamos
infieles a Él. A la luz de estas, y
muchas otras bendiciones, que recibimos a diario de Dios, ¿cuál será nuestra
ofrenda diaria, que le daremos a Él?
Ver Rom 12:1; Heb 13:15.
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