Jeremías comienza este poema (que es en realidad un lamento sobre la
destrucción de Jerusalén) describiendo las consecuencias de la conquista de la
ciudad, y explicando por qué Dios lo permitió.
La gran ciudad de David, la “señora
de provincias” (v.1), una ciudad “grande
entre las naciones” (v.1), había quedado vacía y abandonada como una
viuda. Jeremías presenta a la ciudad
llorando amargamente, sin consuelo (v.2a). Sus “amantes” y sus “amigos”
(es decir, las naciones vecinas en las que los líderes de Judá confiaban, y
quizá también, los dioses falsos de esas naciones) la habían fallado y
abandonado completamente (v.2b). Como
consecuencia, la nación entera fue llevada al cautiverio (v.3).
El v.4 presenta un cuadro conmovedor de la situación en la que quedó la
ciudad de Jerusalén.
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Los caminos de acceso
a la ciudad, y las veredas en la capital, estaban desiertas. Nadie atendía a las tres fiestas anuales que
Dios había establecido. No tenía sentido
ir, porque el templo estaba destruido; y sin el templo no se podía ofrecer
sacrificios.
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Las puertas de
Jerusalén estaban “asoladas”. En realidad, estaban quemadas. Ese era el lugar donde los ‘ancianos’ del
pueblo se reunían.
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Los sacerdotes gemían
a causa de la destrucción del templo. No
tenían nada que hacer; y no podían vivir, porque nadie les daba ofrendas.
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Las doncellas, que
normalmente se alegraban en su virginidad, anticipando el gozo del matrimonio,
estaban ahora tristes y amargas.
A manera de contraste, Jeremías se queja que los “enemigos” de Judá han sido elevados a ser “príncipes”; “sus
aborrecedores fueron prosperados” (v.5a).
Fue doloroso para Jeremías, porque evidenciaba que la promesa hecha a
Abraham no se estaba cumpliendo (Gén 12:3).
¡Eso era muy preocupante!
La explicación está en el v.5b, “Porque
Jehová la afligió por la multitud de sus rebeliones”. El pueblo de Dios había cometido serios
pecados (v.8a), estaba lleno de “inmundicia”
(v.9a). Por eso Dios castigó a Su
pueblo. Esa ‘aflicción’ o disciplina
tomó la forma del exilio babilónico (v.5c).
Jerusalén perdió toda la hermosura descrita en el Sal 48 (v.6a). Los líderes de la nación perdieron su poder y
autoridad (v. 6b). Los enemigos de Judá
saquearon la ciudad, y se llevaron todas las cosas preciosas del templo
(v.10). Como consecuencia del ataque de
los babilónicos, los pobladores de Jerusalén quedaron sin pan (v.11a). En su desesperación, tuvieron que vender sus
tesoros “para entretener la vida”
(v.11b); es decir, para ‘salvarse del hambre’.
Estas cosas afligieron mucho a Jeremías, quien tuvo que presenciar todo esto. Por eso exclama, “Mira, oh Jehová, mi aflicción…” (v.9b). Aunque debemos notar que la frase paralela,
al fin del v.11, tiene la forma femenina (“Mira,
oh Jehová, y ve que estoy abatida”, v.11), que da a entender que la
persona que habla no es tanto Jeremías, sino la ciudad de Jerusalén,
personificada como una mujer (“la hija de
Sion”, v.6a).
REFLEXIÓN: Si
decidimos rebelarnos contra Dios, y no hacer caso a Su Palabra, tenemos que
estar preparados para la disciplina que vendrá.
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