En el canon hebreo (la lista oficial de los libros sagrados de los judíos),
el libro de Lamentaciones está en la tercera división, conocida como ‘Los
Rollos’ (después de ‘La Ley’ y ‘Los Profetas’).
Es el tercer libro en esa división.
Tradicionalmente, los judíos leen este libro el noveno día del mes de Ab
(en julio, en nuestro calendario), cuando los judíos celebran la destrucción
del templo. Fue en la Septuaginta (la
traducción del Antiguo Testamento al idioma griego), que Lamentaciones fue
colocado después de Jeremías.
El libro de Lamentaciones consiste de cinco poemas (uno por capítulo). Los primeros cuatro son poemas acrósticos, en
los que cada verso comienza con la siguiente letra del alfabeto hebreo. Como el alfabeto hebreo tiene 22 letras, cada
capítulo tiene 22 versos (el capítulo 3 tiene 66 versos, porque los versos
están agrupados en grupos de tres).
El texto de Lamentaciones no indica quien fue el autor. Sin embargo, los
estudiosos judíos consideraban que fue escrito por Jeremías. Por el contenido, podemos afirmar que el
autor fue un testigo presencial de la conquista de la ciudad de Jerusalén. Y, tanto el estilo literario, como la
profundidad de los sentimientos expresados, coinciden con lo que encontramos en
el libro de Jeremías. De ser así,
entonces afirmaríamos que el libro de Lamentaciones fue escrito poco después de
la caída de Jerusalén, que ocurrió en el año 587 a.C.
Una lectura de los cinco capítulos indica que el propósito del autor era
describir el sufrimiento que los judíos experimentaron cuando la ciudad de
Jerusalén cayó en manos de los babilonios.
Lamentaciones también indica la causa de tanto sufrimiento – el pueblo
de Dios era culpable de apostasía espiritual.
Por lo tanto, se podría decir que el propósito final de Jeremías, al
redactar este libro, fue defender la justicia de Dios, y explicar por qué, a
pesar del pacto establecido por Dios, Él permitió que una nación pagana
conquistara la capital de Su pueblo, y destruyera Su templo, que era
considerado la morada terrenal de Dios.
En ese sentido, la destrucción de Jerusalén es un paralelo de la muerte
de Cristo en la cruz. En ambos casos,
una nación pagana (los babilonios/los romanos) destruyeron la morada terrenal
de Dios (el templo/el cuerpo de la encarnación), en un contexto de apostasía
espiritual por parte del pueblo de Dios.
El libro de Jeremías ilustra el principio establecido siglos antes, por el
profeta Oseas. Los que siembran el
viento, cosecharán el torbellino (Oseas 8:7).
Por siglos, el pueblo de Dios (tanto Israel como Judá) habían cometido
pecado, y no se habían arrepentido. Ahora había llegado el tiempo de ‘cosechar’
todo lo que habían ‘sembrado’. Se
olvidaron de Dios por años; ahora Dios se iba a ‘olvidar’ de ellos. Si embargo, Jeremías no pierde la esperanza
de experimentar una vez más la misericordia de Dios. Por eso, en medio del libro tenemos una
tremenda afirmación de fe y esperanza:
“Por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos, porque nunca
decayeron sus misericordias.
Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad”
(Lam 3:22-23)
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