jueves, 27 de septiembre de 2012

'Aprendiendo del Dolor Ajeno' (Lam 1:11-22)



En Heb 12:11 leemos que la disciplina de Dios produce tristeza.  En este pasaje tenemos un ejemplo claro de ello.  La persona que habla, no es tanto el profeta Jeremías, sino la ciudad de Jerusalén, personificada como una mujer dolida: “la virgen hija de Judá” (v.15b).  Eso queda claro por el uso de la forma femenina en expresiones como: “me dejó desolada” (v.13), y “estoy atribulada” (v.20).

El dolor de Jerusalén fue muy fuerte (v.12a).  Se debe, como ella dice, a que “Jehová me ha angustiado en el día de su ardiente furor” (v.12b).  ¿Cómo lo hizo?  Notemos algunas de las expresiones que ‘Jerusalén’ usa para describir su experiencia:

-      Desde lo alto envió fuego que consume mis huesos;
Me dejó desolada, y con dolor todo el día” (v.13).

-      Me ha entregado el Señor en manos contra los cuales no podré levantarme” (v.14b).

-      El Señor ha hollado a todos mis hombres fuertes en medio de mí;
 Llamó contra mí compañía para quebrantar a mis jóvenes;
 Como lagar ha hollado el Señor a la virgen hija de Judá” (v.15)

-      Jehová dio mandamiento contra Jacob, que sus vecinos fuesen sus enemigos” (v.17b).

Pero en nada de esto hay una actitud de reclamo, por parte de Jerusalén.  Ella sabe que cometió pecado, y que provocó la ira de Dios.  Por eso declara, “Jehová es justo; yo contra su palabra me rebelé” (v.18a); “me rebelé en gran manera” (v.20b). 

En el v.14 tenemos unas palabras sumamente tristes, “El yugo de mis rebeliones ha sido atado por su mano”.  El “yugo” se refiere a la disciplina de Dios, provocada por las rebeliones de Jerusalén (ver Deut 28:48).  En este caso, el ‘yugo’ (que normalmente se colocaba sobre el cuello de un buey para jalar el arado) ha sido atado por la mano de Dios.  Eso significa que Dios fue quien colocó el ‘yugo’ sobre el cuello de Jerusalén, y que habiéndolo atado, el ‘yugo’ está muy seguro.  ¡Nadie lo podrá desatar!

Con razón, la ‘mujer’ llora desconsoladamente (v.16a).  No tiene quien la consuele (v.17a; 21a); confiesa, “se alejó de mí el consolador que dé reposo a mi alma” (v.16b). Sus hijos han sido “destruidos” (v.16c), llevados al exilio (v.18c).  Sus “amantes” la han abandonado (v.19a).  Obviamente no puede pedir a Dios que la consuele, dado a que es Él quien la está afligiendo.  Así que, lo único que le queda hacer ahora es llorar amargamente.

Ante esta situación, la ‘mujer’ se dirige a terceras personas.  Su propósito no es tanto buscar consolación, sino que otros aprendan de su dolor.  ¿No os conmueve a cuantos pasáis por el camino?  Mirad, y ved si hay dolor como mi dolor que me ha venido” (v.12a).  Oíd ahora, pueblos todos, y ved mi dolor” (v.18b).  Como enseña Pablo, en 1 Cor 10:11, estas cosas ocurrieron y fueron redactadas, para nuestro provecho espiritual; para que nosotros aprendamos a no rebelarnos contra Dios.

REFLEXIÓN: ¿Qué sentimos al leer este pasaje?  ¿Seremos tan insensatos como para repetir la historia en nuestra vida personal?   ¡Seamos sabios!

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